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El mundo en 2025

Principio de incertidumbre: todo lo que sí se puede saber de un año de revolución política y tecnológica

El año nuevo viene con pocas certezas, pero una de ellas es que exploraremos territorios desconocidos con un mundo en plena catarsis tecnológica que afronta el regreso de Trump al Despacho Oval

Principio de incertidumbre: todo lo que sí se puede saber de un año de revolución política y tecnológica
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Leo la excelente entrevista de Teresa Guerrero al físico Michio Kaku publicada en este diario. Kaku, físico teórico, es autor de Supremacía cuántica (Debate), y en la entrevista vaticina que en la era cuántica todo será posible. Cuando se perfeccione la tecnología, la extraordinaria capacidad de computación de los ordenadores cuánticos permitirá acciones hasta ahora impensables. Tendrá un impacto asombroso en multitud de campos; en el cálculo, por supuesto, pero también en la medicina o la alimentación.

La conversación entre Kaku y Guerrero revela la complejidad creciente de los avances tecnológicos que mueven el mundo. Para los profanos, que somos la mayoría, no es fácil comprender qué efecto tendrá todo esto en nuestras vidas, y sin embargo sabemos que lo tendrá. Toda tecnología es una promesa, y la tecnología cuántica promete abordar asuntos que considerábamos resueltos o irresolubles, desde la modelización del clima al descubrimiento de fármacos complejos. Pero la moneda tecnológica tiene su cara y su envés: leo en otro lugar que la revolución cuántica amenaza con perturbar la ciberseguridad y dejar obsoletos los modelos actuales de cifrado. Por si fuera poco, la carrera por aprovechar su poder se suma a la larga lista de competiciones geopolíticas que amenazan la estabilidad mundial.

Será una casualidad que la Asamblea General de las Naciones Unidas haya declarado 2025 Año Internacional de la Ciencia y la Tecnología Cuánticas. El pretexto oficial es la conmemoración de los 100 años transcurridos desde que Heisenberg, Born y Jordan desarrollaran la mecánica matricial y Schrödinger formulara la mecánica ondulatoria. Una de las pocas certidumbres sobre 2025 es que será un año de velocidad e incertidumbre tecnológica. Lo que hoy nos parece futurista pronto nos resultará rudimentario. La mayoría estaremos perdidos, sabiéndonos en manos de unos pocos y queriendo creer que nuestros gobiernos están a la altura regulatoria que exige este mundo de gigantes.

Hace tiempo que tenemos el susto en el cuerpo. En 2024, las herramientas de IA generativa revolucionaron sectores como la educación o la sanidad, prometiendo mayor eficiencia a cualquier proceso, tarea o ejercicio de cálculo. Pero con cada avance surge la pregunta de cómo protegerse contra sus usos perniciosos y sus posibles efectos adversos. Todavía reflexionamos poco de la dependencia que generan las nuevas tecnologías. Lo que antes eran aplicaciones simpáticas y novedosas ahora son herramientas indispensables, ineludibles, aunque sus implicaciones sociales y medioambientales sigan siendo desconocidas.

Para saber más

Lo mismo sucede con la integración acelerada de sistemas autónomos: coches y drones que funcionen sin la necesidad de intervención humana. Son avances con la pretensión y el potencial de agilizar nuestro desempeño vital, pero que desafían los marcos normativos y los límites éticos a un ritmo que nuestros artríticos sistemas no pueden seguir. Todo avance tecnológico se presenta como liberador, pero todos proyectan una sombra alargada de misterio e imprevisibilidad. Es de suponer que en 2025 aumente la sensación de vivir atrapados en un constante acelerón tecnológico, en una catarsis de invención y descubrimiento que no sabemos si salvará la humanidad o contribuirá a su deshumanización.

La incertidumbre política no es menor que la tecnológica. Y la política es todo; desde los grandes conflictos internacionales a las corrientes emocionales que recorren las democracias; empecemos por aquí, porque cuando la violencia se asienta, no es fácil desterrarla. Hace unas semanas fue asesinado Brian Thompson, CEO de UnitedHealthcare, una empresa que forma parte de UnitedHealth Group, un conglomerado de seguros de salud valorado en quinientos sesenta mil millones de dólares. Lo más alarmante no fue su asesinato, sino la jocosidad con la que fue recibido por millones de estadounidenses.

Es cierto que el modelo sanitario estadounidense es inhumano, y los métodos de compañías como UnitedHealth despiadados. Son empresas que se lucran del dolor y la enfermedad; si existe la violencia estructural, se parece bastante a la forma de crueldad que practican. Pero los hechos son los que son: el asesinato a sangre fría de un padre de familia fue celebrado y su autor glorificado. Hay motivos para odiar a Thompson y a la empresa que representaba, pero la celebración burlesca de su asesinato es el reflejo fiel de una división social que hace tiempo sobrepasó el umbral de la deshumanización.

Y me permito añadir algo que quizá no debería importar, pero importa: el asesino de Thompson no era un pobre hombre a quien le hubiera denegado una cirugía, ni una madre incapaz de proporcionarle a su hijo una medicación esencial, sino un joven activista de noble alcurnia; el asesinato de Thompson fue un crimen político. Y aun asumiendo que las actividades de aseguradoras como la suya son ejercicios de injusticia social, quienes aplauden su ejecución están validando el asesinato como forma de respuesta a otras injusticias, también las que ellos mismos cometen a ojos de los otros.

La celebración burlesca del asesinato de Thompson es el reflejo fiel de una división social que hace tiempo sobrepasó el umbral de la deshumanización.

El segundo mandato de Donald Trump no calmará este peligroso ánimo colectivo, al contrario: será un motivo más para recrudecer una guerra que puede ser cultural pero que cada vez es menos simbólica. Nadie sabe si ejecutará el llamado Proyecto 2025, un plan integral ideado para que la próxima administración republicana lograra dar un brusco giro a la derecha al país. Los autores son personas que sirvieron en la primera administración de Trump, y el plan habla de deportaciones masivas, de recortar agencias federales y politizar el gobierno para facilitar el control del Departamento de Justicia por parte del presidente. También describe métodos para infundir el nacionalismo cristiano en la política gubernamental, por ejemplo, prohibiendo la pornografía y promoviendo políticas que fomenten valores tradicionales. Aplique o no el plan, las repercusiones concretas de su victoria son imprevisibles, pero es evidente que redundarán en todos los ámbitos de la política nacional de EEUU: la inmigración, el comercio, la economía y la política internacional.

Hay que recordar que la victoria de Trump fue muy celebrada por sus correligionarios a nivel global, pero su política del America First (Estados Unidos primero) no será beneficiosa para ellos. Si cumple con su palabra, si el proteccionismo comercial y aislacionismo militar se convierten en los ejes de su política exterior, el tablero internacional no permanecerá impasible. Es probable que provoque un realineamiento de alianzas y apresure nuevos focos de tensión. Sobre la posición de Trump en los conflictos internacionales -abiertos y pendientes de abrir- sólo hay, de nuevo, incertidumbre.

No sabemos si mantendrá el apoyo a Ucrania o si forzará un alto el fuego. Y en tal caso, en qué condiciones. Desconocemos si exigirá a Rusia la retirada de los territorios ocupados o si pedirá a Ucrania que asuma su pérdida, a cambio de una protección especial. ¿Honrará Donald Trump el artículo 5 de la OTAN, que establece que un ataque a un miembro de la organización representa un ataque al resto de aliados, en caso de que Rusia ataque, pongamos, Polonia? ¿Plantará cara a China en un posible conflicto con Taiwán o en el Mar del Sur? Suceda lo que suceda, todo apunta a que el rumor que recorrió 2024 respecto al desmoronamiento del orden multilateral surgido de la Segunda Guerra Mundial se amplificará.

No es arriesgado vaticinar que el lugar más turbulento del globo seguirá siendo Oriente Medio. El episodio más reciente, y quizá el más sorpresivo, fue la caída del régimen sirio. Bashar al-Assad, el cachorro sirio de Teherán y Moscú, el dictador tolerado por Occidente por su supuesto talante secular en un ecosistema de radicalismo islámico, huyó de Siria dejando sin barrer la casa de represión y tortura en que la había convertido. En materia de política internacional, la lección para 2025 bien podría ser que los dictadores preferibles ocultan en sus sótanos las vergüenzas de Occidente.

Benjamín Netanyahu respiró aliviado cuando se anunció la victoria de Trump, lo cual es un acto de ingenuidad

El otro frente en Oriente Medio, el que se abrió hace casi ocho décadas, seguirá abierto. Puede que Donald Trump ponga en práctica esa musculatura diplomática de la que tanto presume y logre que se firme un alto el fuego en Gaza y el Líbano. Pero nada hace suponer que esa iniciativa vendrá acompañada de la voluntad de avanzar hacia una solución con vocación de convertir el alto el fuego en paz duradera. Seguro que Benjamín Netanyahu respiró aliviado cuando se anunció la victoria de Trump, lo cual es un acto de ingenuidad. Con Trump nada es certero, nada es seguro, nada es imposible.

Desde Europa hablamos de Estados Unidos, de Oriente Medio y el sudeste asiático mientras obviamos nuestra propia crisis existencial. La salud de las democracias europeas lleva una década siendo inquietante. Sumidos en una fase que Manuel Arias Maldonado ha llamado "democracia liberal tardía", la mayoría de países europeos exhibe algún síntoma preocupante. Por una parte, nos encontramos la disolución del centro político provocada por la pérdida de confianza de los votantes en los partidos tradicionales. Como ocurre en Francia, Austria o Alemania, los ciudadanos optan por alternativas radicales a derecha e izquierda que perciben como más auténticas, más eficientes, más ambiciosas y menos burocráticas.

En países como nuestra desventurada España ocurre algo distinto. Es el partido de gobierno, otrora fuerza centrista, el que incurre en conductas de marcado carácter iliberal, como el renegar del control parlamentario, la colonización institucional o el cuestionamiento de la separación de poderes. Ambos síndromes nos precipitan a una era de creciente desconfianza en la democracia; desde 2008 el escepticismo respecto a la eficiencia y superioridad moral de la democracia liberal sólo aumenta. No es de extrañar, dado que son los propios electores quienes avalan con sus votos esta regresión. Suena paradójico, porque lo es: la mayor debilidad de las democracias liberales son sus propios votantes.

Tras las puertas de 2025 se extiende un laberinto de incertidumbre tecnológica y política. Pero ya saben lo que dicen los economistas cursis: toda crisis supone una oportunidad. Con el mismo espíritu afirmamos que allá donde faltan certezas florece la esperanza. Hoy imaginamos 2025 como un horizonte inhóspito, revolucionario en lo tecnológico e inestable en lo político. Un reino de incertidumbre. ¿Pero quién dice que todo ello no puede originar un terreno fértil y luminoso para el desarrollo humano?